Oaxaca, México

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Mi flechazo por la bella ciudad de Oaxaca ocurrió bien temprano, a las 6 de la mañana. A esa hora llegó mi autobús procedente de Tuxtla Gutiérrez, en Chiapas. A esa hora, la ciudad recién despertaba, como yo. Mi primeros pasos se dirigieron al corazón de la ciudad, el zócalo. Una plaza rectangular donde se encuentra la catedral, engalanada para la festividad del día de muertos y repleta de árboles que dan cobijo a los paseantes del ardiente sol oaxaqueño.

Oaxaca tiene fama de ser una de las capitales culinarias de México, así que decidí comprarle a un vendedor callejero un revitalizante champurrado, que consiste en una mezcla de chocolate, masa de maíz, agua y especies. Para acompañarlo, un pan dulce de yema que empapé bien mientras contemplaba, a la sombra, el despertar de la ciudad.

Enamorada como estoy de los cactus y suculentas, me encantó el jardín etnobotánico, situado en el antiguo monasterio de Santo Domingo y que es fascinante a nivel paisajístico e histórico. Sólo puede visitarse durante determinadas horas y con guía, pero la sabiduría del nuestro fue determinante para entender y admirar la labor de recuperación de la flora local que están llevando a cabo. Está situado detrás de la impresionante iglesia barroca de Santo Domingo de Guzmán, cuyos retablos de oro, a pesar del despilfarro, son una verdadera obra de arte.

Pasear por el centro es una gozada. Está inundada por arquitectura colonial, galerías de arte, cafeterías con riquísimo café local y por su puesto sus mercados, donde es imperativo pararse a comer para degustar de auténticos sabores oaxaqueños. Para quien quiera probar, son muy comunes los chapulines, saltamontes fritos en limón, chile y ajo.

En compañía de dos amigos de Tijuana, nos escapamos del centro para ir hasta la ciudad universitaria. Los «rapté para visitar la facultad de bellas artes diseñada por uno de los arquitectos mexicanos más importantes del momento, Mauricio Rocha. Me decepcionó lo poco cuidado que está el edificio, pero la aventura nos dio la oportunidad, por pura casualidad, de presenciar el juego de pelota mixteca, una especie de tenis hermanado con la pelota vasca, según nos explicó el presidente de la asociación nacional que también se encontraba allá.

Tanto me gustó la ciudad que apenas salí de ella. Un día me aventuré a visitar las cascadas petrificadas de hierve el agua, únicas en el mundo juntamente con las de Pamukkale en Turquía. Tomé un taxi colectivo hasta Mitla, y allá me tocó esperar cerca de dos horas hasta que el aparecieron cuatro pasajeros más para que partiera el colectivo. Amenicé la espera con un café, un libro y practicando el cotorreo con el aburrido conductor que llevaba esperando más que yo, desde las 7 de la mañana. Pero valió la pena. Ese día de octubre hacía un calor infernal, puro sudor me resbalaba por la espalda. Así que el baño en sus aguas carbonizas y mineralizadas, además de sanas para la piel, fueron bien recibidas.

Y de Oaxaca a la costa del Pacífico. Una mini furgoneta que transita por las infernales carreteras que llevan a Puerto Escondido, via Pochutla, que es donde paraba yo. Infernales porque a pesar del precioso paisaje que ofrecen las diferentes sierras que separan Oaxaca de la costa, es un ir y venir de curvas cerradas durante 7 horas. Durante el trayecto, la climatología se transforma. La mitad del camino es completamente árida; la otra es tan agreste, verde y húmeda que me recordó a Chiapas.

Feliz como una perdiz iba yo sin destino. Pero en el autobús había otro «güerito», un neoyorquino que también andaba a la aventura y cuyo destino era Mazunte. ¡Cómo me alegro de haberle seguido! En Mazunte no hay, literalmente, nada. Sólo playa, cabañas y hostales a pie de mar y restaurantes. ¡Ah! Y tortugas, muchas tortugas. Y bien grandes. Mazunte es un santuario para estos animales, donde llegan en manada para poner sus huevos. Cuidadín con las olas y corrientes del Pacífico; no es el Mediterráneo 🙂

Publicado por Lucia Burbano

Periodista independiente. Vivo en Londres desde el año 2010.

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